San Isidro de los Destiladeros, la historia a cielo abierto

San Isidro de los Destiladeros, la historia a cielo abierto

3 ago. Cuando en 1988 la UNESCO otorgó la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad al Valle de los Ingenios, en las ruinas arqueológicas del ingenio San Isidro de los Destiladeros apenas asomaba el esplendor que hoy ostentan.

Este museo a cielo abierto, localizado a unos 14 kilómetros de la ciudad de Trinidad, conserva evidencias valiosas del proceso más primitivo de fabricación de azúcar en Cuba, así como de la suntuosidad de las construcciones coloniales del llamado “boom azucarero”.

Precisamente en en esta villa, la tercera fundada por los españoles en la isla y una de las mejor conservadas de América Latina, el negocio azucarero consiguió exitoso mercado hacia Estados Unidos, donde se refinaba el azúcar elaborado para más tarde enviarlo a Europa.

Como resultado de ello, durante los siglos XVIII y XIX las más acaudaladas familias dedicadas al negocio levantaron majestuosos palacetes y expandieron sus ingenios en las fértiles tierras del Valle de los Ingenios, donde esa actividad económica prosperó como ninguna otra en esta región.

La investigadora Teresita Angelbello asegura que para las tres primeras décadas del siglo XIX en Trinidad se consolidaron grandes fortunas azucareras, sobre todo en familias como los Iznaga, Cantero, Borrell, Bécquer y Malibrán.

Desde inicios del año 2000, los encantos de San Isidro de los Destiladeros emergen gracias a las labores arqueológicas de la Oficina del Conservador de la ciudad de Trinidad y el interés turístico que suscita.

A lo largo de 270 kilómetros cuadrados, las ruinas arqueológicas y edificaciones todavía en pie dan fe de un desarrollo azucarero que hoy asombra al visitante, cuando los especialistas señalan a San Isidro como el conjunto más conservado dentro del área y quizás de Cuba.

El sitio posee una ostentosa torre campanario -que sirvió para vigilar a los esclavos- una casa de estancia, las ruinas de los barracones y las construcciones que complementaban el proceso fabril del azúcar de caña, como la destilería, el molino de barro o la casa de purgas.

La torre, con una altura de 14 metros y base de sección cuadrada, es una de las tres que tuvo el Valle de los Ingenios, la más pintoresca de las cuales pervive en Manaca Iznaga.

Pero la verdadera 'joya' de este sitio arqueológico es, según especialistas, el tren jamaiquino, sistema de cinco calderas concebido para convertir el jugo de caña en azúcar, cuyas ruinas se mantienen en excelente estado de conservación.

Como si tuviera mucho más que contar, San Isidro convida a expertos cubanos y extranjeros a realizar excavaciones, levantamientos y otros ensayos sobre el sitio. Por ello aquí laboran diariamente arqueólogos especializados de la Oficina del Conservador de Trinidad, en zonas aún por desenterrar.

Se trata de un intento para salvar y recuperar la memoria aún viva de esta reliquia, donde se entrelazan las más auténticas raíces y misterios de los siglos de colonización y desarrollo del Nuevo Mundo.