30 ene. Con una historia que se remonta a su edificación hace más de un siglo, el Malecón habanero, dulce y largo espacio de amores y desencuentros, es cada día mudo testigo de viejos y nuevos acontecimientos.
El larguísimo muro que se extiende 8 kilómetros sobre la costa norte de la capital, bañado por las olas, sirve de escenario a quienes escuchan música en radios portátiles o celulares, a parejas que establecen sus vínculos amorosos o los rompen.
Esa amalgama de un Paseo especial que acoge a todos abriga además a noctámbulos o trasnochadores ocasionales, pescadores con todo tipo de avíos y no falta la mezcla generacional de la tercera edad con adolescentes y niños, en perfecta armonía espiritual.
El muro del Malecón, cuya construcción comenzó en 1901, dilatada por más de tres décadas, se extiende a lo largo del capitalino litoral norte desde el Castillo de la Punta hasta la Chorrera, en la desembocadura del río Almendares.
Tras varias etapas de avances y retrocesos, cambios, supresiones y transformaciones de proyectos, el último tramo del muro se terminó en 1958.
Las comunidades de los municipios Plaza y Centro Habana, que comparten la célebre avenida, conviven junto a los desafiantes edificios que se levantan de cara al litoral y espacios casi siempre revitalizados por réplicas de construcciones anteriores.
Importantes monumentos se alzan a lo largo de la avenida, como el del Generalísimo Máximo Gómez, el del Mayor General Antonio Maceo y el del General Calixto García. Otros edificios representativos de la capital también bordean todo lo largo de la vía, como el Castillo de San Salvador de la Punta, el Torreón de San Lázaro y el Torreón de la Chorrera.
También destacan allí algunos de los mejores hoteles capitalinos, entre ellos el emblemático Hotel Nacional, donde aún es posible encontrar los cañones que defendieron La Habana durante la colonia española; así como el Riviera y el Meliá Cohíba, símbolo de modernidad de la capital.
Ocasionalmente, los vientos intensos provocados por temporales de invierno o huracanes pueden enviar gigantes olas que desbordan el muro, cruzan e impactan en los edificios adyacentes.
Sobre el tema el destacado arquitecto Mario Coyula, recientemente fallecido, dijo que residir frente al mar es como vivir en un barco. Sin embargo, gracias a los esfuerzos de entidades como la Oficina del Historiador de La Habana, todos los años se mantiene y renueva el esplendor arquitectónico de esta calzada, vía principal de tránsito desde y hacia numerosos puntos de la capital.
Ineludiblemente, el dulce Malecón de aguas saladas no es únicamente que un simple paseo costero de La Habana; recorrerlo es adentrarse en la más íntima vida de la ciudad y los cubanos.